Hace tiempo leí en un blog jesuíta que el llamado vocacional es el impulso que nos ayuda a definir el rumbo de nuestra vida. Es cuando pensamos en darle una perspectiva de servicio a lo que hacemos y nos dejamos guíar por un proyecto mayor, que son los deseos de Jesús. La vocación cristiana es una invitación a ser compañeros de Jesús para continuar su misión en esta tierra y en este mundo. Es un deseo que surge en el corazón que nos hace sentir coherentes, animados, esperanzados y felices.
La vocación nos enfrenta al verdadero sentido de lo que hacemos y de lo que estamos invitados a soñar… Es cuando dejamos de estudiar sólo por tener éxito, o tener novia por estar acompañado, y algo, “un no se qué” nos llega al corazón y hace tener claridad del para qué de las cosas. Esto brota, según San Ignacio de Loyola, de un deseo de amar más, de servir, de construir un mundo más incluyente, y de hacerlo en la Iglesia.
Las decisiones no se pueden dejar a la casualidad o al “destino”, sino deben ser pasadas por el crisol de la experiencia de amor de los otros, por la propia historia de salvación y detectar en ella el impulso que me ha llevado a optar por algo más. La vocación, es pues, un deseo de amar la vida, a los que necesitan, a los que esperan, es la capacidad de dejarse tocar por el dolor y el amor humano… y Dios acontece en forma de deseos. Si nace dentro de ti un deseo de amar hasta el extremo, un impulso profundo a ayudar a construir puentes entre dos mundos que parecen antagonizados; una especie de voz interior que brota no de mis propios miedos, fantasmas o ambiciones personales, sino que parece emerger de “otro” lugar y que te hace salir de tu zona de confort.
Los padres de familia fuimos llamados a la vocación del matrimonio y la familia, una vocación muy especial, con la responsabilidad de educar hijos al servicio de Nuestro Señor, con la responsabilidad de mostrar a nuestros hijos el rostro de Cristo en cada hermano, en cada Eucaristía...
Pero nosotros además fuimos llamados a un camino especial dentro de la vocación a la vida familiar, ese camino es el homeschooling, ese camino es el camino de la educación en el hogar, la educación en familia. Somos padres y nuestra misión es educarlos para que sean, como decía Don Bosco, buenos cristianos y honrados ciudadanos, educarlos para su salvación.
Es por eso que nuestro deber es formarnos y crecer en la Fe, día a día, para ser dignos colaboradores de Cristo en la construcción del Reino de Dios sobre la tierra y para llevar a nuestros hijos de la mano por este valle de lágrimas hacia la Patria Celestial!
Gisela.
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