QUINTO CAPÍTULO: La educación secundaria en la Edad Media.
La educación secundaria en la Edad Media:
"En un grado
más elevado se encontraban, por una parte, las escuelas monásticas, y por otra,
las escuelas catedralicias y capitulares, que correspondían poco más o menos a
lo que hoy llamamos «enseñanza secundaria», con algunos elementos de enseñanza
superior.
Al principio
este nivel de docencia estaba ligado al convento. No olvidemos que los
monasterios, ya desde la época de las invasiones bárbaras, constituyeron verdaderos
focos de cultura. Por aquel entonces S. Benito había impuesto a sus monjes no
sólo la obligación del trabajo, sino también del estudio. Pronto los monjes se
abocaron a copiar libros antiguos, en orden a lo cual casi todos los conventos benedictinos
reservaron un local contiguo a la iglesia. Los monjes dedicados a dicha tarea
se dirigían a ese recinto en las primeras horas de la mañana, y sentados
delante de sendos pupitres pasaban horas y horas inclinados sobre los pergaminos,
reproduciendo e «iluminando» los textos. Así fueron copiando las perícopas de
la Escritura, los textos de los Santos Padres y de la antigüedad clásica, de
tal modo que en medio del naufragio ocasionado por las invasiones bárbaras, lograron
salvar la cultura antigua, y transmitirla al Medioevo. De esos rescoldos de cultura
encendidos en los monasterios, dispersos en medio de la noche, brotaría el gran
incendio de la cultura medieval.
Si bien la
importancia de los monasterios para la educación perduró durante la entera Edad
Media, con todo, a mediados del siglo XII, las escuelas monásticas tendieron a
declinar. Ya no fueron tanto los religiosos quienes tuvieron a su cargo la enseñanza,
sino el clero diocesano, favorecido por el renacimiento urbano. Y así
comenzaron a aparecer escuelas dependientes de los Obispados o de los Cabildos eclesiásticos. Algunas se destacaron sobremanera, por ejemplo la de Chartres, esclarecida por
figuras como Fulgerto, Ivo, y luego Juan de Salisbury. Nombremos asimismo a Cantorbery
y Durham, en Inglaterra; Toledo, en España; Bolonia, Salerno y Ravena, en Italia.
Estos
establecimientos estaban regidos por la autoridad religiosa. El llamado «maestroescuela»,
era, por lo común, un canónigo elegido por el Obispo o por el Cabildo. ¿Quiénes
acudían a tales escuelas? Todos los que quisieran, sin distinción de posiciones
sociales. La enseñanza era paga para los pudientes pero gratuita para los
pobres, lo cual hacía que todos, ricos y pobres, pudiesen recibir una educación
adecuada. Por eso tenemos tantos ejemplos de grandes personajes, bien formados,
que provenían de familias de humilde condición: Sigerio, que sería primer
ministro en Francia, era hijo de siervos; S. Pedro Damián, en su infancia había
cuidado cerdos; Gregorio VII, el gran Papa de la Edad Media, era hijo de un
oscuro cuidador de cabras.
En cuanto al
contenido de la enseñanza, se seguía el esquema tradicional, inspirado, si bien
remotamente, en Aristóteles, concretado por S. Agustín, y que Alcuino había adoptado
cuando Carlomagno le encargó organizar su Escuela. Los conocimientos se
dividían en siete disciplinas, distribuidas en lo que se llamó el trivium:
Gramática, Dialéctica y Retórica; y el quadrivium: Aritmética, Geometría,
Astronomía y Música. Recibieron el nombre de «artes liberales», porque en ellas
el espíritu humano se desenvuelve con más libertad, diversamente de lo que
acontece con las «artes mecánicas», como la carpintería, la construcción, etc.,
que de alguna manera someten al hombre a las exigencias de la materia. Pero,
como se recordaba siempre de nuevo, tanto el trívium como el quadrivium no eran
sino medios –un método– para conocer la verdad en sus múltiples aspectos.
Detallemos sucintamente
lo que dichas materias incluían. La primera que integraba el trivium, la
Gramática, no era entendida en el sentido restringido que hoy le damos, ya que
a más del aprendizaje de la lectura y la escritura, abarcaba también todo lo
que se requiere saber para «componer» un libro: sintaxis, etimología, prosodia,
etc. Luego venia la Dialéctica, lo que no carecía de sentido, dado que después
de haber aprendido a leer y escribir como conviene, era preciso aprender a
argumentar, probar y rebatir, en una palabra, el juicio crítico, el arte del
debate. Finalmente la Retórica, que se ordenaba a la formación del orador, y
que era considerada como un arte práctica y ennoblecedora a la vez. Ya Cicerón había
dicho que el hombre se distingue de los animales por el lenguaje, que el hombre
es un animal parlante, de donde se sigue que cuanto mejor habla, mejor es. Por
eso la elocuencia era, a sus ojos, el arte supremo; y no solamente un arte,
sino una virtud.
En cuanto al
quadrivium, incluía, como dijimos, la Aritmética, la Geometría, la Astronomía y
la Música. Respecto a las tres primeras asignaturas poco podemos agregar a lo que
todo el mundo sabe acerca de su contenido. En lo que toca a la música hemos de
señalar que abarcaba el conjunto de lo que hoy llamamos «las bellas artes»; el
término «música» dice relación a las «musas», no reductibles a las solas
armonías sinfónicas".
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