TERCER CAPÍTULO: La Edad Media.Cultura Popular
Ahora daremos un salto en la historia. Nos saltearemos lo que sería la gestación o preparación del Medioevo: Las invasiones bárbaras, El imperio Carolingio, La segunda oleada de invasiones bárbaras, El imperio Otónico, El imperio Romano Germánico, y llegaremos así a los siglos propiamente medievales.
Para tener una cabal idea de lo que fue todo este proceso y lo que fue la Cristiandad en todo su sentido, les vuelvo a recomendar que lean el libro completo del P. Saenz del cual estoy extrayendo los textos para elaborar estos artículos: "La Cristiandad y su cosmovisión".
A partir de aquí nos centraremos en lo que fue la cultura y educación durante este período de la Edad Media en el cual reinó la Cristiandad.
Con raíces firmes en la cultura clásica greco-romana y pasando por un creciente proceso llegamos al esplendor de la cultura.
Tomemos nota entonces de lo que a nosotros, como padres que educamos en familia y sin escuela nos concierne...
LA CULTURA
POPULAR
"Entremos
ahora en el análisis del período específicamente medieval, en sus siglos
propiamente tales. La Edad Media conoció, como es natural, la escolaridad en
sus diversos grados. Pero antes de explayarnos sobre ello, digamos algo acerca
de la cultura general del pueblo.
Señala
Daniel-Rops que si hay una idea generalmente admitida en los manuales y en el
común sentir de la gente es el de la ignorancia de las multitudes en la Edad
Media, como si se hubiese tratado de un
pueblo poco menos que analfabeto y, por lo mismo, sometido ciegamente a
cualquiera que tuviese un mínimum de autoridad o de conocimientos. Preconcepto
evidentemente disparatado cuando quedan de aquella época tantos testimonios
populares de fecundidad intelectual y artística.
En primer
lugar, se pregunta Rops, ¿era el número de analfabetos en la Edad Media tan
grande como se piensa habitualmente? Dada la multitud de clérigos, que en aquel
tiempo eran los mejor formados intelectualmente, y de profesores famosos que
salieron de los rangos del pueblo más sencillo, parece difícil concluir que la
instrucción común de los niños haya sido tan deficiente. Destacados
intelectuales de la Edad Media fueron de extracción social humildísima.
Asimismo, y
esto es capital, por aquel entonces no se pensaba que fuese lo mismo saber leer
que ser instruido. «Pues si en nuestros días la pedagogía y la cultura
descansan sobre datos que son sobre todo visuales, adquiridos por la lectura y
la escritura, en cambio en la Edad Media, en la que el libro era raro y
costoso, el oído desempeñaba un papel mucho mayor» (Daniel-Rops, La Iglesia de
la Catedral y de la Cruzada, pág. 376.
Como prueba
de este primado del oído sobre la vista, se ha traído a colación el siguiente
dato tomado de un capítulo de los Estatutos Municipales de la ciudad de
Marsella, que datan del siglo XIII, donde tras la enumeración de las cualidades
requeridas para ser un buen abogado, se concluye con estas palabras:
«litteratus vel non litteratus», es decir, sepa leer o no. En aquel tiempo, conocer
el derecho –así como la costumbre– era para un abogado más importante que saber
leer y escribir (cf. ibid.)
Atinadamente
se ha observado que si la cultura medieval no se basó en la escritura humana, sí lo hizo
en la Escritura sagrada, revelada por Dios, y conocida por la gente a través de
mil conductos. Los sermones, las conversaciones, el arte expresado en las catedrales,
toda la producción literaria en verso o en prosa, y hasta los sainetes y
romances, presuponen en el pueblo un conocimiento pasmoso de la Biblia, una
frecuentación familiar del Antiguo y del Nuevo Testamento. Y si se ha dicho que
los vitrales constituían «la Biblia de las analfabetos» es porque incluso los
más ignorantes eran capaces de descifrar allí historias que les resultaban
familiares, llevando a cabo ese trabajo de interpretación que en nuestros días
saca canas verdes a los especialistas de arte. Y todo eso es cultura.
De ahí que
sea tan equitativo lo que a este respecto afirma Régine Pernoud, es a saber,
que cuando se quiere juzgar del nivel de instrucción del pueblo durante la Edad
Media no corresponde minusvalorar lo que llama «la cultura latente», es decir,
ese cúmulo de nociones que la gente recibía participando en la liturgia, o
escuchando relatos en los castillos, o incluso oyendo las canciones de los
trovadores y juglares. Desde que
apareció la imprenta, nos cuesta concebir una cultura que no pase por las
letras (La femme au temps des cathédrales, Stock, París, 1980, 74). Señala la
autora que quizás hoy nos sea posible entender mejor el influjo nada desdeñable
que tienen en la educación algunas formas de expresión cultural por el gesto,
la danza, el teatro, las artes plásticas, los audiovisuales...
No siempre,
en efecto, se identificó cultura y letras. Se cuenta que de visita por España,
Chesterton conoció en cierta ocasión a un grupo de labriegos, e impresionado
por la sabiduría que revelaba su modo de hablar y de comportarse, dijo
admirado: «¡Qué cultos estos analfabetos!».
Particularmente
la predicación fue determinante en la formación de la cultura popular de la
Edad Media. No era aquélla, como lo es ahora, una suerte de monólogo, a veces erudito,
ante un auditorio silencioso y convencido. Se predicaba un poco en todas
partes, no solamente en las iglesias, sino también en los mercados, las plazas,
las ferias, los cruces de rutas. El predicador se dirigía a un auditorio vivo –y
vivaz–, respondía a sus preguntas, atendía a sus objeciones. Los sermones
obraban eficazmente sobre la multitud, podían desencadenar allí mismo una
cruzada, propagar una herejía, provocar una revuelta... El papel didáctico de
los clérigos era entonces inmenso; no sólo enseñaban al pueblo la doctrina
revelada, sino también la historia y las leyendas. En la Edad Media la gente se
instruía escuchando.
Y hablando
de leyendas, R. Pernoud ha señalado su gran virtud formativa: «Las fábulas y
los cuentos dicen más sobre la historia de la humanidad y sobre su naturaleza,
que buena parte de las ciencias incluidas en nuestros días en los programas
oficiales. En las novelas de oficio que ha publicado Thomas Deloney, se ve a
los tejedores citar en sus canciones a Ulises y Penélope, Ariana y Teseo...»
(Lumière du Moyen Âge., 132).
Digamos,
para terminar, que buena parte de la educación popular era transmitida por
ósmosis, de generación en generación. El hijo del campesino era iniciado por su
padre en el arte rural, el aprendiz se instruía en su menester gracias a la
enseñanza de su maestro, cada uno según su condición. ¿Hay derecho a tener por
ignorante a un hombre que conoce a fondo su oficio, por humilde que sea?"
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